lunes, 24 de junio de 2013

Nicaragua necesita un nuevo capítulo en su historia.

Desde pequeño he crecido entre las discusiones de una familia divida por los colores de partidos políticos. Por un lado; mi familia materna hablaba horrores del sandinismo y todo lo relacionado a ello, y por el otro lado mi padre me hablaba maravillas del mismo.

Crecí escuchando las historias de mi padre, la música que representa a la revolución y conviviendo con el sentimiento de una victoria que marca a una generación de revolucionarios y revolucionarias.

Después de mucho tiempo, tanta pasión en los discursos de mi padre terminó calando dentro de mi mente y luego de ciertas consideraciones finalmente simpaticé con la revolución de los 80s. Me empecé documentar hasta crearme un criterio que me ayudara a fortalecer mi idología y así decidirme a qué partido político quería apoyar. Y fue hasta el 2012 que por primera vez asistí a la plaza, un 19 de Julio, una vez consiente de lo que significaba, quise compartir con otras personas la celebración de aquel triunfo de más de 30 años.

La mañana del sábado me enteré de lo ocurrido acerca del ataque que sufrieron las chicas, chicos y adultos mayores que se encontraban en vigilia afuera del INSS. Me entristecí de inmediato pues me parecía indignante que se tomaran ese tipo de medidas para desestructurar la organización de quienes pacíficamente protestaban por justicia.

Por un lado soy simpatizante de la revolución sandinista y por otro apoyo el esfuerzo de los adultos mayores, pero lo que más me desequilibró fue pensar en cómo la policía dio la espalda a quienes eran violentados y el montón de jóvenes que habían sido partícipes del ataque.

Jóvenes atacando a otros jóvenes. Jóvenes organizados por un líder que ha desvirtuado y degenerado el concepto de una revolución para manipular y limpiarse el culo con el pueblo. Jóvenes que actúan por una revolución que a muchas y muchos no les correspondió, que no les representa, que ocurrió hace más de 30 años y está viciada por la sed de poder.

Reconozco las buenas acciones que ha realizado el gobierno, no apoyo otras, pero lo ocurrido el sábado fue un escupitajo a toda credibilidad que tenían en ellos. No encuentro ninguna justificación para este tipo de actos vandálicos, no me agrada que un movimiento/organización se arme para callar a quien no está de acuerdo con ellos, a quien no le gusta el cuestionamiento y quienes esperan que el pueblo baje la cabeza y actúe a cambio de “beneficios”.  

Me decía una amiga “No es la primera vez que el gobierno actúa así” pero no me quiero sentar a contar cuantas veces más va a ocurrir, no me quiero sentar a ver como el país se sigue quejando de tantas inconformidades sin hacer algo por ello, ni ver como la bandera del país al que pertenezco se ve opacada por el temor.

El sábado me levanté porque es necesario pronunciarse, porque no pretendo hacerme el ciego, porque considero que es momento de escribirle un nuevo capítulo a Nicaragua, un capítulo que nos represente, que nos corresponda, que sea creado a partir de las necesidades de una población moderna y no heredada.

Dejar de cargar con el pasado en nuestras espaldas, darnos cuenta que se repite la historia y que la palabra “Revolución” debe recuperar su significado; ese que nos llama a un cambio de actitud frente a una situación que nos incomoda para conseguir la armonía del estado.

No estoy con la izquierda, no estoy con la derecha, estoy  con quienes quieren una Nicaragua justa, libre de violencia, libre de divisiones absurdas entre clases y feudos paranoicos marcados por un pasado que no se logra superar.

Bien por el pasado, bien por la revolución, pero en pleno 2013 nos enfrentamos a otras situaciones de inconformidades que requieren de una revolución que le permita a Nicaragua pasar la hoja e iniciar un nuevo capítulo de verdadera paz... Y cada vez más personas son conscientes de esto.