viernes, 22 de noviembre de 2013

Hablando de identidades y traiciones…

Cuando escucho o leo la palabra identidad solo se me viene a la cabeza lo influenciados que estamos por tantos estímulos extranjeros que nos hacen considerar lo ajeno como mejor que lo propio.

Desde mi identidad como teatrista me encanta crear a partir de lo cotidiano, de la historia, de los rasgos que nos caracterizan, también me referencio mucho de otros autores para crear a partir de sus obras, sin plagiar. Igual, he visto a muchos grupos con dramaturgias propias con ese toque indiscutiblemente nicaragüenses o adaptaciones con las que fácilmente nos podemos sentir identificados. Y por otro lado he visto agrupaciones que prefieren montar guiones cuyos autores y contextos generan pocas emociones en las y los espectadores.

Por ejemplo ¿Han visto cuantas agrupaciones de teatro presentan en la salas de teatros obras de autores extranjeros, en su mayoría europeos? Obras que se montan pues se consideran que ya tienen una cierta aceptación por el público que obviamente conoce las historias trilladas que desde el colegio nos vienen mostrando, cuando Nicaragua cuenta con su historia, dramaturgia y características propias de nuestra cultura que son ricas de compartir.
Entonces ¿Qué pasa con ese tripeo de montar musicales que además de realmente no ser cantados, no tienen mucha cercanía con nuestro contexto social?

Pasa lo mismo con las películas que se producen en el país que de primera decimos¿Es nica? Debe ser mala” o “Está buena, no pareciera que fuera nica”, frases en las que notamos nuestro poco sentimiento de pertenencia y apreciación por lo propio, actitud que es solo una de las tantas consecuencias de una globalización que nos ha vendido las hamburguesas como lo máximo.

Con esto me refiero a que muchas veces consideramos mejor, y no necesariamente por cuestiones de gustos sino de tendencias, lo extranjero que lo propio, lo que nos lleva a preferir ir al cine a ver una película Hollywoodiense con artistas que jamás vamos a conocer, en lugar de ir al teatro y ganar una experiencia más de cercanía con una situación que seguramente nos representa.

Considero que hablar de identidad nos corresponde a todos, también conservarla, generarla, compartirla y sentirnos orgullosos de ella en todo momento. Lo nuestro es la fluidez del folklore, la picardía de nuestro humor, lo delicioso de nuestra música, lo exquisito de nuestro platillos y las tantas historias que podemos contar a través de nuestro teatro y el arte en general.


Deberíamos empezar a apostar más por nuestros talentos, generar, crear y contribuir a fortalecer el sentimiento de pertenencia de una sociedad que cada vez le clava más la estaca a la identidad al encontrar más atractivo lo extranjero. Porque entonces pasaríamos horas hablando de identidades y traiciones y se nos consumirían las botellas tratando un tema simplemente porque se escucha bonito pero que solo defendemos a la hora de pelear por poder y querer figurar.