Desde pequeño he crecido entre las discusiones de una
familia divida por los colores de partidos políticos. Por un lado; mi familia
materna hablaba horrores del sandinismo y todo lo relacionado a ello, y por el
otro lado mi padre me hablaba maravillas del mismo.
Crecí escuchando las historias de mi padre, la música que
representa a la revolución y conviviendo con el sentimiento de una victoria que
marca a una generación de revolucionarios y revolucionarias.
Después de mucho tiempo, tanta pasión en los discursos de mi padre
terminó calando dentro de mi mente y luego de ciertas consideraciones finalmente
simpaticé con la revolución de los 80s. Me empecé documentar hasta crearme un criterio que me ayudara a fortalecer mi idología y así decidirme a qué partido político quería apoyar. Y fue
hasta el 2012 que por primera vez asistí a la plaza, un 19 de Julio, una vez
consiente de lo que significaba, quise compartir con otras personas la
celebración de aquel triunfo de más de 30 años.
La mañana del sábado me enteré de lo ocurrido acerca del
ataque que sufrieron las chicas, chicos y adultos mayores que se encontraban en vigilia afuera del INSS. Me entristecí de inmediato pues me parecía indignante
que se tomaran ese tipo de medidas para desestructurar la organización de
quienes pacíficamente protestaban por justicia.
Por un lado soy simpatizante de la revolución sandinista y
por otro apoyo el esfuerzo de los adultos mayores, pero lo que más me
desequilibró fue pensar en cómo la policía dio la espalda a quienes eran
violentados y el montón de jóvenes que habían sido partícipes del ataque.
Jóvenes atacando a otros jóvenes. Jóvenes organizados por un
líder que ha desvirtuado y degenerado el concepto de una revolución para
manipular y limpiarse el culo con el pueblo. Jóvenes que actúan por una
revolución que a muchas y muchos no les correspondió, que no les representa, que
ocurrió hace más de 30 años y está viciada por la sed de poder.
Reconozco las buenas acciones que ha realizado el gobierno, no
apoyo otras, pero lo ocurrido el sábado fue un escupitajo a toda credibilidad que
tenían en ellos. No encuentro ninguna justificación para este tipo de actos
vandálicos, no me agrada que un movimiento/organización se arme para callar a
quien no está de acuerdo con ellos, a quien no le gusta el cuestionamiento y quienes
esperan que el pueblo baje la cabeza y actúe a cambio de “beneficios”.
Me decía una amiga “No es la primera vez que el gobierno
actúa así” pero no me quiero sentar a contar cuantas veces más va a ocurrir, no
me quiero sentar a ver como el país se sigue quejando de tantas inconformidades
sin hacer algo por ello, ni ver como la bandera del país al que pertenezco se
ve opacada por el temor.
El sábado me levanté porque es necesario pronunciarse,
porque no pretendo hacerme el ciego, porque considero que es momento de
escribirle un nuevo capítulo a Nicaragua, un capítulo que nos represente, que
nos corresponda, que sea creado a partir de las necesidades de una población
moderna y no heredada.
Dejar de cargar con el pasado en nuestras espaldas, darnos
cuenta que se repite la historia y que la palabra “Revolución” debe recuperar
su significado; ese que nos llama a un cambio de actitud frente a una situación
que nos incomoda para conseguir la armonía del estado.
No estoy con la izquierda, no estoy con la derecha, estoy con quienes quieren una Nicaragua justa, libre
de violencia, libre de divisiones absurdas entre clases y feudos paranoicos marcados
por un pasado que no se logra superar.
Bien por el pasado, bien por la revolución, pero en pleno
2013 nos enfrentamos a otras situaciones de inconformidades que requieren de una revolución que le
permita a Nicaragua pasar la hoja e iniciar un nuevo capítulo de verdadera paz... Y cada vez más personas son conscientes de esto.