Cuando escucho o leo la palabra identidad
solo se me viene a la cabeza lo influenciados que estamos por tantos estímulos
extranjeros que nos hacen considerar lo ajeno como mejor que lo propio.
Desde mi identidad como teatrista me
encanta crear a partir de lo cotidiano, de la historia, de los rasgos que nos
caracterizan, también me referencio mucho de otros autores para crear a partir
de sus obras, sin plagiar. Igual, he visto a muchos grupos con dramaturgias propias
con ese toque indiscutiblemente nicaragüenses o adaptaciones con las que fácilmente nos podemos
sentir identificados. Y por otro lado he visto agrupaciones que prefieren
montar guiones cuyos autores y contextos generan pocas emociones en las y los
espectadores.
Por ejemplo ¿Han visto cuantas
agrupaciones de teatro presentan en la salas de teatros obras de autores
extranjeros, en su mayoría europeos? Obras que se montan pues se consideran que
ya tienen una cierta aceptación por el público que obviamente conoce las historias
trilladas que desde el colegio nos vienen mostrando, cuando Nicaragua cuenta
con su historia, dramaturgia y características propias de nuestra cultura que
son ricas de compartir.
Entonces ¿Qué pasa con ese tripeo de
montar musicales que además de realmente no ser cantados, no tienen mucha
cercanía con nuestro contexto social?
Pasa lo mismo con las películas que se
producen en el país que de primera decimos “¿Es nica? Debe ser mala” o “Está buena, no
pareciera que fuera nica”, frases en las que notamos nuestro poco sentimiento
de pertenencia y apreciación por lo propio, actitud que es solo una de las tantas
consecuencias de una globalización que nos ha vendido las hamburguesas como lo
máximo.
Con esto me refiero a que muchas veces
consideramos mejor, y no necesariamente por cuestiones de gustos sino de
tendencias, lo extranjero que lo propio, lo que nos lleva a preferir ir al cine
a ver una película Hollywoodiense con artistas que jamás vamos a conocer, en
lugar de ir al teatro y ganar una experiencia más de cercanía con una situación
que seguramente nos representa.
Considero que hablar de identidad nos
corresponde a todos, también conservarla, generarla, compartirla y sentirnos
orgullosos de ella en todo momento. Lo nuestro es la fluidez del folklore, la picardía de
nuestro humor, lo delicioso de nuestra música, lo exquisito de nuestro
platillos y las tantas historias que podemos contar a través de nuestro teatro
y el arte en general.
Deberíamos empezar a apostar más por
nuestros talentos, generar, crear y contribuir a fortalecer el sentimiento de
pertenencia de una sociedad que cada vez le clava más la estaca a la identidad
al encontrar más atractivo lo extranjero. Porque entonces pasaríamos horas
hablando de identidades y traiciones y se nos consumirían las botellas tratando
un tema simplemente porque se escucha bonito pero que solo defendemos a la hora de
pelear por poder y querer figurar.