Volaron los azulejos, y Ronnie quería sentir lo que era
volar como ellos. Se acostó en su cama, desnudó su esencia y se hizo mimos con
las manos. Se relajó y su naturaleza se empezó a desprender; sus brazos mutaban
plumas, su boca se hizo pico, pero no voló. Necesitaba de alguien más.
Entonces llamó a su amigo Mike, y juntos se rozaron, besaron e hicieron
azulejos, pero 2 no eran suficientes. Fátima se integró a las ganas de volar y
los 3 se empezaron a acicalar, pero no pasó mucho. Se integraron Sofía y Gustavo,
pero no volaron. Habían paredes, cadenas y
vergüenzas que les impedían volar. Entonces fueron a las calles, desnudas y
desnudos, empezaron a dejarse llevar por el viento, a lucir sus plumajes, sentirse,
juntar sus picos, sus sexos, dichas, afectos, permitieron que más se integraran
y en medio de la danza de azulejos surgió el amor y entonces empezaron a volar,
a romper el viento, atravesar las nubes y una vez en lo alto del firmamento
estallaron en pasión, disfrutaron
del placer de cada ser, se hicieron uno con el deleite y una vez exhaustos terminaron
abrazados en el seno desnudo de su nido de amor bajo una brisa armónica de
azul.
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